martes, 21 de agosto de 2007

Duverge en el tiempo IV, continuación

En este panorama, el servicio médico moderno en el entorno municipal se limitaba a policlínicas. En la mayoría de aldeas la medicina moderna era un ausente, y la población sólo visitaba los hospitales de las cabeceras provinciales vecinas en casos excepcionales de enfermedades agudas. Hasta inicios de la década de 1990 los curanderos suplían gran parte de los requerimientos de salud incluso entre la porción más pobre de la propia cabecera municipal. Indicador del peso de los curanderos era la existencia en Duvergé de más de diez altares, a inicios de la década de 1990, cuyos dueños normalmente hacían las veces de curanderos.

Algo similar era visible en el servicio educativo. Tras la muerte de Trujillo únicamente los sectores menos pobres tuvieron acceso a la educación secundaria establecida en las comunidades cercanas a la común cabecera. Incluso en ellas, generalmente hasta la década de 1970, las escuelas consistían en edificaciones precarias, donde la oferta se limitaba a los primeros cursos de la primaria.

El patrón social premoderno se expresaba, tanto en el campo como en el poblado, en la inexistencia de organizaciones de la masa popular. La pobreza era vivida con resignación. En todo caso, las mejorías de las condiciones de vida se esperaban que llegaran solas desde fuera. Al decir de prácticamente todos los entrevistados, la inercia ha proveído la nota dominante de la actitud ante la vida de los lugareños.

Desde la década de 1960 advino un nuevo proceso social y consistente en la generalización del proceso migratorio y su acompañamiento por la introducción de la educación secundaria y las expectativas de mejoría social por la difusión de nuevos conceptos culturales a través de los medios de comunicación. Los jóvenes de condiciones menos favorecidas pasaron a estar atraídos por el ascenso por vía de la educación.

En contraste con el patrón tradicional de restricción de la educación por imperativo de la inserción laboral temprana en el conuco familiar, los que concluían la educación secundaria pasaron a adquirir nuevas nociones de promoción. Para ella se tornaba indispensable el abandono de la comunidad, y quienes lo lograron tendieron a no retornar a residir allí nunca más.

El proceso coincidía con el fenómeno de expulsión creciente de la población sobrante por efecto de la descomposición de la agricultura y de los procesos de modernización.
La emigración definitiva de la gran mayoría de los más educados en generaciones recientes no ha hecho más que empeorar, en términos relativos, la condición marginal del entorno espacial. El indicador principal de ese proceso ha sido el progresivo vaciamiento de Pueblo Arriba, cuya población ha venido siendo sustituida por la del antiguo Pueblo Abajo, a su vez invadido por inmigrantes más pobres de los campos.

Desde mediados de siglo no pocos campesinos han eludido las escalas, directamente acudiendo a engancharse en los cuerpos militares y policiales, comportamiento en que se han distinguido algunas comunidades, como Venganaver.

Como parte de esta trama, ni siquiera tras la muerte de Trujillo emergieron en las aldeas planos asociativos para emprender obras o mejorar condiciones de vida y trabajo. En el poblado las asociaciones se limitaban a dos o tres actividades, principalmente los maestros y los empleados de obras públicas. En las entrevistas se puso de manifiesto que el miedo a la autoridad instituido durante la «larga noche» del trujillato, aunque atenuado, no había desaparecido en las tres décadas posteriores como una de las claves de la reproducción de las relaciones de poder.

El correlato de la pasividad tenía que ser la resignación para los que permanecían y el propósito de emigrar por parte de aquellos que entendían que sólo el entorno exterior brindaba medios para la promoción social.

En este vacío social entre quienes permanecían cobraba cuerpo el reflejo consuetudinario de protección mutua a través de la religiosidad, que operaba además como respuesta peculiar ante la pobreza.


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