martes, 3 de febrero de 2009

El perro de Lolita y Negro Yaco

Rafael Leonidas Pérez y Pérez.

El pueblo de Duvergé (otrora Las Damas), allende la frontera, de noche es una gran freiduría.

Gentes humildes antaño y ahora se dedicaban y se dedican a este negocio.

Las empanadas de catibía de Doña Ferta, q.e.p.d., aún en los recuerdos de duvergenses quedan como apetitoso manjar.

Coco y su compañero Canelo (que Dios lo tenga en su gloria), del pasado al presente, no quedan atrás en la memoria colectiva damera con las suyas de maíz y también de yuca.

Mercedes la de Ramón Sesó (Ramón el marido de Sesó), Chiquitica, Lolita y su consorte Negro Yaco, y un largo etcétera, tienen o tenían freidurías en “puntos” estratégicos comercialmente expresándonos, de esta laboriosa y estudiosa comunidad suroestana, “Cuna de Generales”.

Un delgaducho can, tan delgado como el propio Negro Yaco (toda vez que recuerdo al Quijote, físicamente lo comparo con este compueblano), solía acompañar a éste y a su mujer Lolita, es decir, a sus amos, en la faena diaria de freír sabrosas empanadas, carne de res, tostones (de plátanos verdes que en Duvergé comúnmente llaman “fritos”), etc., en la esquina este formada por las calles Duarte y Benito Monción (hoy Juan Herrera esta última) de la ciudad.

Freían y freían Lolita y Negro Yaco.

El exquisito olor de los alimentos fritos, nos estimulaba la fase cefálica de la digestión. ¡Imagínense ustedes cómo estimularía al perro con su olfato más desarrollado que el de nosotros!

El can tenía un hambre tremenda y esa noche decidió no acostarse sin saciarla.

-¡Basta ya! –pudo haber dicho en sus adentros.
-¡No más tragadera de aire y babas!

Y se acercó sigilosa y prudentemente al anafe lleno de ardientes brasas donde, posado en ellas, el caldero con el chillón aceite cocinaba los alimentos.

Negro Yaco se aprestaba con un cucharón agujereado, a sacar de la paila o caldero un grande y gustoso trozo de carne para servirle a un cliente (quizás la ganancia de la noche), y sin “pensarlo” dos veces, en un santiamén el perro saltó y con las fauces más grandes jamás vistas en un perro con genes realengos, lo atrapó en el cucharón humeante.

Negro Yaco echó mil maldiciones al can. Y el perro como endemoniado, dio cuchumil volteretas y otros tantos brincos, aulló e hizo incontables gárgaras con el pedazo de carne frita, caliente como una brasa, y al final, siempre en sus fauces, lo enfrió “a babasos limpios” y tragó con un fuerte sonido gutural.

Jarto se jartó el perro de Lolita y Negro Yaco...
Santo Domingo, D.N.,
03-02-2009.-

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